Somos el hombre acoplado a la rueda y a caballo sobre el espíritu. Como feroz individualista, lo que me gusta en la moto es la disponibilidad en estado puro y directamente ajustable a nuestros miembros: les multiplica el poder, pero no los sustituye. Es la flecha y al mismo tiempo es el arco, la fuerza rígida y desnuda, despojada de todo el estorbo colectivo del automovil que ha dejado de ser un caballo para convertirse en embarcación.
Se nos han reforzado las piernas, se ha ensanchado nuestra mirada y alargado los brazos. Todo lo tenemos al alcance de la mano, pero seguimos siendo nosotros quienes proporcionamos el esfuerzo y de un punto a otro, lealmente, damos impulso a la carrera. Nadie se aprovecha de nuestra distracción o del sueno, como el ferrocarril o el avión, para escamotearnos la distancia y despositarnos bruscamente a través de un lapso de bruma o de aburrimiento de un muelle o un anden, sino que nos hemos empleado a fondo y hecho el gasto de nosotros mismos.
Con personal empuje, nos abrimos paso a través del mapa. No dejamos de sentir, ni un instante, la atracción de la meta. Y no esquivamos el contacto de un solo centímetro durante todo el trayecto. A través de algo, nos sentimos atrapados por alguien. Al llamado de lo desconocido, tenemos con que responder entre las piernas.
Qué lejos esta de nosotros el sueño del viejo Lao Tse! Según el, lo propio del buen gobierno estatal, consistía en que cada hombre estuviera bien enraizado en su pedazo de tierra, y que cada aldea solo adivinara la existencia de la otra mediante el canto de los gallos.
Nacido a unos cuantos kilómetros de Reims y de Lyon, tuve que esperar 30 años para hallarme en los umbrales de la doble catedral, a través de tantas dobles curvas y rodeos. Nuestros hijos ya no conocerán un encarcelamiento semejante. Aparte del sueno, tendrán a su servicio otros medios de evasión, de aprensión, de verificacion y de conquista. Ahora su campo es el mundo, como reza la divisa anseática: "ya no os desoléis, allá lejos, en el fondo de vuestro castillo en ruinas, quejumbrosas Andrómedas, he aquí que llega Perseo, desde lo remoto y desconocido, para llevaros en ancas de la detonación y el relámpago!"